Proceso de socialización en la familia

Proceso de socialización en la familia.
Por: Berenice Estrop Atristain

La socialización es un proceso mediante el cual, las personas adquirimos valores, creencias, normas y conductas apropiadas a la sociedad de la cual formamos parte (Musitu y Cava, 2001). Este proceso inicia desde que nacemos y continúa a lo largo de nuestras vidas, por lo que, “el agente socializador por excelencia es la familia” (Martínez, 1996).

Los patrones culturales, sociales, religiosos y de género, son aprendidos y replicados por medio de la interacción social; sin embargo, la familia, el estado y la sociedad juegan un papel importante en la configuración de las personas, promoviendo comportamientos en función del sexo.  

Es importante destacar que en las primeras etapas de nuestra vida es cuando se va formando la identidad de género, la cual se compone de dos aspectos principales: la asignación de la identidad y la construcción de la subjetividad; es decir, la asignación de roles según el sexo (niño o niña) y el diálogo interior entre lo que la persona quiere o no aceptar, con respecto a las normas y roles sociales (Vega, 2015).

La pregunta está en ¿cómo aprendemos a ser niña o niño, mujer u hombre? ¿será que nazcamos sabiendo cómo actuar y qué hacer? En realidad, la cultura nos enseña los rasgos femeninos asociados a ser una niña y los rasgos masculinos asociados a ser niño, los cuales son reforzados por lo que llamamos la “educación diferenciada por géneros”. Este tipo de educación favorece los patrones relacionales entre ambos sexos; sin embargo, cuando esta educación pone en desventaja a alguno de los dos sexos, genera afectaciones para ambos, como en los hombres, el reprimir la expresión emocional, y en las mujeres colocarlas en una situación de dependencia o limitaciones de desarrollo (Acher, 1994). 

La dinámica familiar tiene una predisposición favorable en la salud mental de la familia como sistema, cuando hay un funcionamiento adecuado; es decir, cuando hay una comunicación abierta y empática, cohesión familiar, así como flexibilidad y claridad en las reglas y roles. Arés (1990) plantea que: “si los roles, los límites, las jerarquías y los espacios están distorsionados, lo más probable es que ello altere todo el proceso de comunicación e interacción familiar”, por lo que el bienestar emocional de una familia depende que dentro de la misma se permita el desarrollo de la identidad personal y que al mismo tiempo exista autonomía entre sus miembros (Herrera, 2000).

Como se menciona anteriormente, el desarrollo social y personal de cada uno de los niños está altamente vinculado con la educación que reciben en casa, por lo que es importante enseñar desde un lugar más igualitario.